dimarts, 12 de juliol del 2011

Mi batalla, su vida

No recuerdo ningún detalle de mi paso de semilla a fruto carnal. Una experiencia que no pude exprimir en toda su plenitud, no tengo recuerdos de mi anterior vida, cuyas fronteras eran definidas por la matriz, de mi sagrada progenitora. Una existencia, sosegada, caliente, confortable, con una oscuridad que evocaba al extenso universo. Sólo lo puedo imaginar.

Nunca tuve miedo a sus noches  que eran como días sin soles, sus días, hechos noche. La única luz que vislumbre, emanaba del cordón umbilical que alimentaba mi hambriento cuerpo.
Y solo con este sustento, que, con eterno amor, cada jornada, a las mismas horas recibía, podía latir mi corazón. Un maná indispensable si quería, ensamblar todas las piezas que formarían mi pequeño cuerpo. Alimento que instintivamente, y, poco a poco, recortaba el tiempo de partida, en lo que una vez y por nueve meses fue mi hogar.
Una vez….

Meses de espera, puro tramite natural donde sus anhelos, sus alegrías, su entusiasmo, su vigor, sus preocupaciones, su lucha constante, en fin, su cariño, construyeron los efímeros cimientos de lo que antaño me arropo de las inclemencias de la vida, como, una casa más. Sentimientos, emociones necesarias para completar mi inexperto cuerpo.
Solo lo imagino.

Lo imagino, si no, de que manera podría sentir los músculos uterinos, dilatándose hasta el peligroso limite de ser rasgados. De que manera, podría oír los punzantes gritos que escapaban, como presos inocentes, de su confortable cárcel. De que manera, sufrir el suplicio común y sentimiento contradictorio, donde un nuevo ser combate obligado a exiliarse de su acomodada nación y entrar en un país en donde todo le es ajeno. De que manera, percibir el agotador esfuerzo de mi madre por concebir un trozo de su ser, de su esencia, y obrar el prodigio al que llamamos el milagro de la vida.

Imaginar, solo puedo imaginar.
Imaginar su cara, desencajada en medio de una batalla por la vida, huyendo con esfuerzo de la muerte.

Con sus gritos, blasfemó, y recordó el génesis, y dentro, en lo más profundo de su pensamiento, maldijo las palabras que Dios dijo a Eva: “Parirás con dolor”.
Una escena dura, de un guión inexistente, entregándose de lleno a la improvisación. Una lucha, digna, de las epopeyas de Homero.
El maravilloso ritual del parto, el nacimiento de cualquier criatura que habita el mundo que conocemos, es siempre, un acto primario, primitivo, brutalmente bello, teñido de un rojo intenso, un rojo sangre.
La habitación del paritorio se lleno con mis llantos, los de un bebe que solo conocía la opacidad del interior de una mujer, y ahora, le molestaba un resplandor cegador, que brillaba con el fuego de la vida, luz extraña que calienta y quema, que se enfría y nos hiela, que alimenta y seca...que me deja ver, por fin, a la responsable de mi alumbramiento.

Lo hice, miré a mi madre.
Su mirada cansada y descompuesta, heroína exhausta, se posó en mis diminutos ojos y un lenguaje arcaico, una comunicación secreta, sin sonidos, ni gestos, fluyó de nuestro interior:
Hijo, soy tu madre. Madre, soy tu hijo.

Con un beso respondió a la tortura por la que la sometí, sólo una madre perdona a un hijo que la hace llorar y con sus lágrimas resbalando sobre mi piel, me impregno para siempre con su perfume de mujer.

Guerra ganada, comienza otra guerra.
Por tí existo, por tí vivo.
Gracias madre, pero aún así... sólo puedo imaginármelo.


Atticus Crow Lee

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Sóc un cúmul d'imperfecions que creen una perfecta imperfecció.